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Revista Interdisciplinaria de Estudios Agrarios Nº 53 - 2do. semestre de 2020
ISSN 1853 399X - E-ISSN 2618 2475 - Páginas 102-104
de veras decir qué es lo que ha querido armar en eso. Esa falta de organización
económica la ha mencionado dos veces, sin aclararla ni caracterizarla en tal forma
que se convirtiese en un dato que pudiera servirnos para alguna cosa. En cambio, ha
venido a decir que se ha ido a predicar entre los campesinos una solidaridad absur-
da, pretendiendo implantarse allí los procedimientos que se siguen en las luchas de
clases en las ciudades.
No, señor presidente: la solidaridad de los campesinos ha sido propagada y
proclamada como una necesidad ineludible por los mismos propietarios, por los
mismos que al producirse el primer levantamiento de los agricultores les dijeron:
Son ustedes mismos los que tienen la culpa del excesivo aumento de los arrenda-
mientos; son ustedes, que han ido a hacerse competencia los unos a los otros y a
ofrecer más que el vecino por el mismo pedazo de tierra.
¿No era ese un consejo inmediato a la solidaridad entre ellos, a n de no ha-
cerse competencia? ¿No era ese el reconocimiento de la necesidad de que se asocia-
ran con nes gremiales en su carácter de cultivadores, de arrendatarios? ¡Cómo va a
ser absurda esa solidaridad! Era urgente y necesaria; los campesinos han encontrado
el remedio que instintivamente tenía que presentárseles; y ejercitan esa solidaridad
que es sana y necesaria, mucho más sana que la de los propietarios, que resisten
vergonzantemente a un movimiento tan humano y tan fundamental.
El señor ministro ha recargado la parte de los comerciantes; pretende que a
ellos les toca la mayor parte de lo que producen los campesinos. Lo ha dicho con
la ligereza de un hombre que se ha informado poco y que no ha estado en contacto
directo con las clases trabajadoras del campo.
Tengo aquí un documento auténtico, un contrato de arrendamiento, de los
muchos que hace el señor Manuel Peyrano, cuyo nombre lleva una estación muy
importante y conocida, con los obreros que labran sus campos. Según este contrato,
pagan al señor Peyrano, que sólo da sus terrenos por dos años -este contrato que
tengo aquí está datado el primero de mayo de 1911, lo que quiere decir que estaría
todavía en vigor si el arrendatario lo aceptara- por este contrato pagan, en el concep-
to de arriendo el 38% bruto de las cosechas que se recojan anualmente, entregan sus
productos secos, sazonados, embolsados, en bolsas de exportación, sanas y buenas,
bien cosidas y puestas en la estación Peyrano y en el sitio en que el locador determi-
ne; y, a más, el 38% del peso de los marlos de la cosecha de maíz.
Este 38%, así establecido, es mucho más de la mitad del producto de la chacra:
representa, tal vez el 60% del producto, porque es evidente que el chacarero no cose-
cha bolsas ni los elementos de la trilla y acarreo; todo eso representa trabajo o dinero
que ha de pagar a la par del arriendo.
Viene, por n, la organización política de los trabajadores del campo. Yo sa-
ludo este movimiento iniciado en Santa Fe como un acontecimiento trascendental
en la política argentina. No me cabe duda que esa agitación, a la que yo he de con-
tribuir en cuanto alcancen mis fuerzas, va a conducir, como la agitación obrera de
las ciudades, a transformar el aspecto de la política nacional. Hemos de salir de la
política criolla para llegar a la política de los partidos verdaderos, de principios y de
intereses confesables y sanos. Esa política de los trabajadores del campo nos ha de