* Este artículo es un adelanto de un libro de ensayos y cuentos próximo a publicarse, titulado Parece cuento que la Argentina aun existe. La crisis del neoliberalismo en el mundo y en la historia.
Palabras clave: Argentina, neoliberalismo, decadencia, historia económica.
Keywords: Argentina, neoliberalism, decline, economic history.
No hay que recurrir a la teoría económica neoliberal predominante en el mundo para entender las características del neoliberalismo criollo. En Argentina existe una avanzada de esa teoría que tiene el mérito de tratar de partir de la historia económica nacional, y el error de tomar los intereses del sector interno dominante como base de sus ideas. Para los teóricos neoliberales de las grandes potencias, esta escuela de pensamiento fundamenta sus políticas de expansión de sus economías, su comercio, sus industrias y sus finanzas a través de los procesos de globalización y constituye una plataforma ideológica para dominar el mundo. La versión criolla, más modesta, propone, en cambio, mantenernos siempre dependientes de aquellas.
En Argentina el neoliberalismo se enlaza, además, con la tesis de la decadencia económica, propulsada por distintos medios periodísticos y por destacados historiadores y economistas argentinos y extranjeros. El país que fue alguna vez, aplicando políticas de libre comercio y apertura económica, un “granero del orbe”, según la poética expresión de Rubén Darío o, incluso, a fines del siglo XIX y principios del XX, uno de los más ricos de aquella época, cayó luego en una espiral de decadencia. Esto fue porque pretendió transformarse en una sociedad industrializada, cuando sectores medios y bajos lograron acceder a derechos políticos y sociales que antes se les habían negado (a través del populismo yrigoyenista o peronista) o cuando algunos gobiernos trataron de tener posiciones más autónomas y dignas en el escenario internacional.
A continuación, se enumeran los argumentos que avalarían la teoría de la decadencia.
a) Que en la etapa agroexportadora el desarrollo del país tuvo una expansión constante y llegó a un pico máximo nunca alcanzado nuevamente en su historia. Se olvidan de las cuatro serias crisis financieras de 1873, 1885, 1890 y 1913, Sin mencionar la caída final de 1930.
Eso ocurrió, sobre todo, con etapas y baches profundos siguiendo los avatares de la coyuntura mundial y el monto y cantidad de los capitales e inmigrantes que entraban al país. Fue un crecimiento desparejo y con una distribución de los ingresos altamente desigual. La década de 1880 se caracterizó por una fuerte llegada de capitales internacionales y de inmigrantes, pero con un balance comercial negativo y una balanza de pagos desequilibrada por el financiamiento recibido.
El país tuvo además dos crisis muy fuertes y el abandono del patrón monetario bimetálico establecido por Roca. Con la crisis de 1890 se interrumpió el flujo de capitales. También disminuyó la inmigración, pero las exportaciones agrícolas terminaron compensando el cuadro, pese a la baja de sus precios, y la economía volvió a crecer. La época más destacada del período agroexportador fue la de 1900-1912 donde todos los indicadores resultaron positivos, pero con la soga al cuello del creciente endeudamiento externo. Luego sobrevino una nueva crisis y la Primera Guerra Mundial, que aminoró el crecimiento económico y trajo otros problemas; y la posguerra hasta la crisis de 1930.
b) Que durante su período de ascenso la Argentina tenía una situación privilegiada como un miembro informal del Imperio Británico, situación que perdió con su posterior autonomización. Sin embargo, las mismas colonias británicas, como Canadá y Australia se desprendieron más rápido de la tutela económica de la metrópoli y lograron mayores ventajas, niveles de desarrollo y autonomía.
c) Que en el período posterior a la Primera Guerra Mundial, calificado por algunos historiadores y economistas como la “gran demora”, estaban dadas las posibilidades para dar un salto en las inversiones industriales locales al mismo tiempo que llegaba capital extranjero, sobre todo estadounidense. Esto no sucedió porque la clase dirigente local estaba aferrada al modelo agroexportador, como lo explica el lema “comprar a quienes nos compra” -Gran Bretaña-, y no buscaba otros caminos que llevaran a la industrialización. Cuando en 1940 se plantea el Plan Pinedo, escrito por Prebisch, que procuraba desarrollar ciertas industrias mercado internistas, radicales y conservadores lo rechazaron y, en cambio, el gobierno de la Concordancia abrazó la neutralidad en la guerra y se distanció aun más de Estados Unidos.
d) Que cuando llegó Perón y sus políticas industrialistas, nacionalistas y de redistribución de ingresos, los estancieros proingleses neutralistas dieron una vuelta carnero y recién entonces se volcaron a una alianza con Estados Unidos, pero ya era tarde, y con la agroexportación tampoco hubieran podido acoplarse al mundo de posguerra. Sin embargo, para los historiadores de la teoría de la declinación, que no mencionan los cambios en la coyuntura internacional, el retroceso se produjo por la institucionalización de políticas proteccionistas orientadas a defender las industrias domésticas y por una relación corporativa entre los sindicatos y el Estado.
e) Que por esa causa hubo entonces una mala distribución del capital y de los recursos humanos y se indujo un incremento de las importaciones que produjeron severas crisis. Existieron errores en el proceso de industrialización, pero no se mencionan las limitaciones de la oferta agropecuaria para proveer divisas. Por otra parte, todos los países que se industrializaron desarrollaron primero las industrias vinculadas a sus recursos naturales y luego pasaron a otras etapas más avanzadas. Al menos no tuvieron la obstrucción de poderosos sectores que deseaban volver al statu quo anterior. Además, las naciones industrializadas o que comenzaban a industrializrse, como las europeas o Australia, poseían fuertes sindicatos y movimientos laborales que no impidieron su proceso de acumulación.
Qué puede esperarse de aquellos que piensan que el mejor momento de la economía argentina fue entre 1870 y 1914, ese paraíso perdido que desgraciadamente no pudieron disfrutar. Nacieron a destiempo, demasiado tarde.
Esa teoría de la “decadencia nacional”, que se difundió entre las décadas de 1970 a 1990 del siglo XX en numerosos libros y artículos de autores argentinos que glorificaban la época agroexportadora y el conservadurismo preindustrial y prepopulista, era la misma que pregonaba la última dictadura militar para justificar la reprimarización de la economía, y fue ahora la de Macri. Atarse al carro de la globalización no es para ellos entrar en el mundo moderno de las nuevas tecnologías, la informática y las comunicaciones, que solo son útiles para ganar elecciones, sino pensar que Argentina podría ser de nuevo una especie de colonia informal próspera de las metrópolis, como proveedora de alimentos y materias primas, “su destino manifiesto”. Esto permitiría obtener los dólares baratos necesarios para conquistar a las clases medias, y así se logró entrar en crisis de 2001. Gracias a las políticas de los “populistas de mercado”, que empezaron con Martínez de Hoz y siguieron con Cavallo y Macri, se intentó mantener una ficción que terminó con la captura en el llamado corralito de los ahorros que pertenecían a los ciudadanos mientras mandaban a lavar los platos a los científicos, quienes estaban de más en un país que para triunfar en el mundo sólo necesita vender porotos de soja.
Se les olvida mencionar que las políticas económicas neoliberales, rentístico-financieras, perjudicaron los procesos de industrialización y que las grandes corporaciones extranjeras radicadas aquí desde las primeras décadas del siglo XX nunca se interesaron en crear localmente nuevas tecnologías ni en transformarse en industrias de exportación. Tal fue la historia de los ferrocarriles argentinos. Cuando se nacionalizaron eran considerados como “hierro viejo” por la prensa opositora, y verdaderamente lo eran. La discusión real no fue tanto por el hecho mismo de nacionalizarlos, en lo que estaban de acuerdo los radicales o por el monto de la operación, sino porque no habían sido renovados tecnológicamente por los capitales privados, sobre todo por los ingleses, desde el fin de la Primera Guerra Mundial, treinta años atrás. Así pagaron las inversiones británicas los beneficios no sólo normales sino extraordinarios que les brindaron los gobiernos conservadores argentinos con una baja sustancial de impuestos, subsidios, abundantes tierras a los costados de las vías y otros beneficios. Aprovecharon al máximo un mercado cautivo y contribuyeron a hacer de Buenos Aires, como señala Alejandro Bunge con su teoría del país abanico, la gran puerta de entrada y salida de todo el país.
El más popular difusor -quizás aun sin saberlo- de la teoría de la decadencia económica, fue el economista de la OCDE, Angus Maddison, cuyos trabajos han sido continuados por el Proyecto Maddison de la Universidad de Groeningen. Sus ideas fueron recogidas acríticamente por varios medios vinculados al liberalismo argentino. Un artículo, firmado por Marcelo Duclos, en Infobae se titula “En 1895, Argentina tuvo el PIB per cápita más alto del mundo, ¿qué salió mal?”. En él ubica
este proceso virtuoso entre 1880-1940, años en que la mayoría de inmigrantes decidieron que Argentina sería un buen lugar para vivir, con oportunidades laborales, paz, libertad religiosa y un porvenir para la familia. Los recién llegados seguramente no imaginaron que el ‘sueño argentino’ devendría en realidad pronto. De la mano del esfuerzo y el trabajo, algunos se convirtieron en propietarios y comerciantes exitosos. Pero probablemente lo más difícil de advertir era que todo quedaría en la nada. Que ese crecimiento se estancó y que el país en un par de décadas pasó a ser el único caso de estudio de des-desarrollo […] una actualización del Maddison Historical Statistics reveló que en 1895 y 1896, Argentina no era (sólo) uno de los países más ricos, sino el número uno, con el PIB per cápita más alto del mundo […] El nuevo marco político y legal fue pro-inmigración, defendió la libre empresa, mantuvo al Estado apartado del desarrollo productivo y se limitó a ofrecer el marco jurídico apropiado dentro de un Estado de derecho […] la relación entre las políticas aplicadas y los resultados son tan evidentes como el caso opuesto en la Venezuela actual. (Duclos, 17/4/2018).
Esta audaz afirmación no tiene en cuenta que ese desarrollo se basaba, sobre todo, en las exportaciones agrarias y que cuando el flujo de capitales cesó y las exportaciones se redujeron, como consecuencia de acontecimientos europeos que pronto llevarían a la Primera Guerra Mundial, sobrevendría otra gran crisis, en 1913.
No obstante, si todo esto perjudicó a la economía argentina, la decadencia, según Duclos no vino sino cuarenta años después, con la llegada de Perón en 1945, cuando “se cambió la Constitución, que pasó de un modelo liberal a desconocer la inviolabilidad de la propiedad privada, en el marco de un fascismo inspirado en el modelo italiano de Benito Mussolini”. Luego del golpe que derrocó a Perón, en 1955, la Constitución que se puso en vigencia “era un híbrido entre las de Alberdi y Perón […] Apareció el artículo 14 bis con los “derechos sociales, herencia del peronismo”. Y termina agregando: “a partir de ese momento todo fue estatismo, crisis de déficit, inflación y parches insuficientes que se convirtieron en soluciones tan precarias como contraproducentes en el largo plazo. La solución para un futuro, esto resulta evidente, está en los libros de historia”.
Por su parte, el diario Libertad y Progreso, en un artículo de Javier Anderson[1], muestra un cuadro con las siguientes cifras que avalarían los dichos de Duclos:
Cuadro 1
Países seleccionados. PBI per cápita, 1895
Ranking |
País |
PBI pc |
1 |
Argentina |
5.786 |
2 |
Estados Unidos |
5.569 |
3 |
Bélgica |
5.385 |
4 |
Australia |
5.094 |
5 |
Reino Unido |
5.068 |
6 |
Nueva Zelanda |
5.034 |
7 |
Suiza |
4.426 |
8 |
Países Bajos |
4.158 |
9 |
Alemania |
4.044 |
10 |
Dinamarca |
3.902 |
Fuente: Elaboración propia con datos de Maddison Project Database,
versión 2018.
Estas dos opiniones, sin necesidad de recurrir a los números de Maddison, ya parecen un absurdo. Cinco años antes, en 1890, Argentina había caído en una de las más grandes crisis de su historia y, en 1893, después de arduas negociaciones, se logró establecer un acuerdo que permitiría saldar los montos de la deuda hacia fines de siglo. Para estos autores, uno de los países más endeudados del mundo, cuya gran discusión en esos años estaba basada en cómo salir de la crisis, se transforma mágicamente en una las potencias más poderosas. Además de discutir si las cifras del PIB per cápita por sí solas pueden demostrar algo sin acompañarse de otros indicadores (inversión, presupuesto, producciones sectoriales, comercio exterior, bienestar de sus habitantes, etc.), puede afirmarse que ambos autores se tragaron un sapo.
Las cifras de Maddison para la época presunta de la grandeza finisecular no sirven para comparar nada, son totalmente inventadas, producto de la fértil imaginación de su autor que, sin guardar criterios científicos, quería hacer una comparación de todos los países posibles. Él mismo lo confiesa en su principal libro sin pudor: “Para la Argentina, el crecimiento per cápita de 1870-1900 lo supuse igual al de 1900-1913”, aclarando luego que esas cifras tomadas de la CEPAL son meras estimaciones y sirvieron de antecedente de promedios quinquenales publicados a posteriori (Maddison, 1995, p. 204).
Más adelante dice lo mismo para los casos de Brasil y Colombia. Para Brasil el crecimiento per cápita entre 1820 y 1850 lo supuso igual al de 1850-1913, aunque no menciona la fecha en que se comenzó a calcular el PIB. Su mano maestra -como fabulador- se nota aun más en sus cifras sobre Colombia que supuso igual a las de Brasil y Chile promediadas. Maddison (1987, pp. 204-205) parece pensar que América Latina es una sola y que puede inventar las cifras de todos sus países para períodos en los que estas no existen.
Cierto es que Argentina en particular pudo sortear su crisis por las necesidades de algunos países de Europa, que por ser ricos necesitaban alimentos y materias primas a cambio de sus manufacturas y bienes de capital o por ser pobres podían ofrecer mano de obra barata que no podían mantener. Ese es el marco internacional que el autor no tiene en cuenta. La Argentina llegó a estar en los primeros lugares en la exportación de trigo y sobre todo muchos años en la exportación de maíz. También fue importante por su relación con Gran Bretaña y Estados Unidos desde principios del siglo XX, pero nada más.[2] El famoso triángulo anglo-argentino-norteamericano se formó en esa época. Los superávits comerciales con el Reino Unido compensaban en parte, los déficits comerciales con Washington.
En cuanto a las cifras de PIB empezaron a ser calculadas recién en hacia fines de la década de 1940 y aparecieron por primera vez en un folleto de la Presidencia de la Nación, Secretaría de Asuntos Técnicos, del gobierno de Perón en 1955 con el apoyo de técnicos propios y otros de la Cepal. Esas estadísticas, las primeras de producto e ingreso que se produjeron en el país, parten de 1935.[3] Por esa razón, muy pocos historiadores económicos -incluso uno liberal como Carlos Díaz Alejandro (1970)- se cuidan de tenerlas en cuenta. Por otra parte, como dijimos, las solas cifras de PIB per cápita no pueden ser tomadas en serio para una comparación sin incluir los distintos sectores económicos, la distribución del ingreso y todos los demás indicadores de la economía argentina.
El trabajo comparativo de Maddison queda así invalidado para los países latinoamericanos.
Una de las fábulas más difundidas de la historia argentina es la que se expresa en un artículo publicado en la revista británica The Economist (14 de febrero de 2014), que se titula “La parábola argentina” (The parable of Argentina). En él se insiste, tomando las cifras de Maddison para cuando ya se conocían los cálculos reales del PIB, desde 1935, insistiendo en la idea de que en algún momento Argentina había tenido un PIB per cápita superior a varias potencias europeas mientras que, luego, con la llegada del peronismo y la industrialización, ese PIB resultó ampliamente superado.
En verdad, las cifras dicen otra cosa y tienen que ver, sobre todo, con la Segunda Guerra Mundial. Analizando los propios cuadros de Maddison, el PIB argentino per cápita recién superó al francés en 1940 y continuó siendo mayor hasta 1949, fue superior al alemán de 1945 a 1951 y con respecto al italiano en varios años de la década de 1930 y también durante la guerra. Pero luego el PIB per cápita de esos tres países fue mucho mayor que el argentino y en 1994, el último año que toma Maddison, cada uno de ellos más que lo duplicaba.[4]
Con la guerra las economías de esos tres países resultaron seriamente dañadas y su reconstrucción vino después del Plan Marshall, desde 1948, gracias a la ayuda norteamericana, que se le negó a la Argentina y al resto de América latina. De todos modos, no hace falta creer que alguna vez la Argentina estuvo primera en 1895 para después haber descendido a la B. El PIB argentino per cápita en 1946 era un 55,22% del estadounidense y en 1990 sólo un 32,12%. Su posición en el mundo en 1946 era 5º y en 1990, 19º. Allí se observa la verdadera decadencia.
El artículo mencionado señala luego que la economía nacional, basada en la exportación de productos primarios, “fue magullada por el proteccionismo de los años de entreguerras”, aunque olvida mencionar que esto ocurrió con gobiernos conservadores, Pacto Roca–Runciman mediante, favoreciendo los intereses de Gran Bretaña, que ya por entonces había abandonado la filosofía librecambista para cobijarse en el proteccionista sistema de preferencias imperiales con el Tratado de Otawa.
Pero su crítica principal se dirige sobre todo al populismo de “los Perón”, así en plural los menciona la revista británica, haciéndolos responsables del declive del país, largamente auto infligido. Las materias primas, y en general, su sector agroexportador, la gran fuerza de la Argentina, se transformó para ellos en una maldición. “Los Perón”, según esta revista, construyeron una economía cerrada que protegió industrias ineficientes. No se menciona el hecho de que, en Gran Bretaña, la protegida es la ineficiente familia real, que vive y enriquece su gran patrimonio a costa del presupuesto estatal, especialmente la reina, gracias al sovereign grant (subvención a la soberana) la partida del gobierno que todos los años se le otorga sin tener que pagar ningún impuesto.
La verdadera decadencia, tomando solo el indicador de PIB per cápita, se ve claramente en el gráfico 1, que compara el crecimiento argentino con el de Estados Unidos entre 1950 y 1992. Lo cierto es que a partir de la dictadura de 1976-1983 el crecimiento argentino volvió a basarse en el complejo agroexportador y en el financiamiento de capitales especulativos provenientes del norte, y su nivel de apertura al mundo fue semejante a la del siglo anterior, ¡aunque paradojalmente el socio principal en el comercio exterior no fue Gran Bretaña sino la Unión Soviética, el enemigo del gobierno de Washington!
A partir de ese período Argentina se alejó de las tasas de crecimiento de todos los países a los que solía compararse, como se ve en los cuatro gráficos de autores y fuentes diferentes presentados a continuación.
Ello no obsta para que el 1% de los argentinos más ricos esté, sin embargo, muy poco detrás de los norteamericanos en la franja del 1% de los más ricos del mundo.[5]
Grafico 1
Fuentes: Carlos Leyba y OCDE
Como se observa en el gráfico 1, la verdadera declinación en relación a Estados Unidos, comenzó en 1975. Hasta ese momento, el crecimiento de ambos países era algo parecida, teniendo en cuenta la diferencia de escalas iniciales. Entre 1944 y 1974 la tasa anual de crecimiento de Argentina fue 1,7% y la de Estados Unidos 1,62%, casi similar. En cambio, entre 1974 y 1992, con varios gobiernos neoliberales, Argentina creció solo un 0,5% anual promedio y Estados Unidos un 2,37%. La comparación con otros países o regiones da resultados parecidos. Europa Occidental, que tuvo el crecimiento más dinámico en el período, se expandió más de un 3% anual entre 1950 y 1992. En cambio, entre 1974 y 1992 se nota la desaceleración argentina, incluso con una tasa de crecimiento negativa en diversos períodos, hasta la crisis de 2001.
Grafico 2
PBI per cápita de regiones y países seleccionados, 1950-1992,
en dólares Geary-Khamis 1990
Fuente: Elaboración propia con datos de A. Maddison, OCDE.
Una cuestión que se plantea con frecuencia es por qué el desarrollo económico argentino no siguió el camino de otros países de formación similar como Australia o Canadá. Ellos comenzaron su inserción en la economía mundial como espacios vacíos al mismo tiempo que la Argentina y eran también agroexportadores. Ahora la superan ampliamente en sus niveles de desarrollo. Los PIB per cápita de Canadá y de Australia crecieron mucho más que el argentino y hoy son dos o tres veces mayores.[6]
En 2008, según Stancanelli, el PIB per cápita era 125% más alto en Australia que en Argentina. Pero el PIB per cápita de Australia y Argentina, que habían evolucionado de forma similar entre 1950 y 1974, experimentó una notable divergencia desde 1975. Entre 1975 y 2002, el PIB australiano creció a una tasa del 1% acumulativo por año, mientras que en Argentina con los gobiernos neoliberales, la tasa de crecimiento fue nula.
Canadá exporta entre bienes primarios e industriales 5 veces más que Argentina, y Australia la supera en sus exportaciones de recursos naturales. El Banco Mundial, en 2006, estimó la riqueza natural per cápita de Argentina en US$ 10.000, la de Australia en US$ 25.000 y la de Canadá en US$ 35.000.[7]
Gráfico 3
La volatilidad del desarrollo económico argentino.
Comparación con Australia y Canadá.
Variación % del PIB per cápita, 1961-2018
*A precios constantes en moneda nacional.
Fuente: Elaboración propia con datos del Banco Mundial.
Una explicación, además de las ya conocidas que involucran factores geográficos o estratégicos que tuvieron relevancia, como la cercanía y los vasos comunicantes entre las economías de Canadá y Estados Unidos o la ubicación de Australia como proveedora del sur de Asia, una región en expansión, que no menciona los factores históricos y políticos ligados con las estructuras de los tres países. Argentina padeció, especialmente en los últimos 50 años, la reprimarización de su economía, un fuerte proceso de desindustrialización y el predomino del sector financiero, factores que, conjugados con la alta volatilidad de sus predominantes exportaciones agropecuarias, que salvo escasos períodos estuvieron sujetas al deterioro de los términos del intercambio, explican el fuerte retraso en su desarrollo económico respecto de Australia y Canada.
El PIB argentino basado en la exportación de recursos naturales es declinante en la economía mundial. La caída de la participación del PIB per cápita respecto a las grandes potencias y a otros países desde los años 1970 resulta notable. No se trata de partir de los números inconsistentes que algunos economistas atribuyeron al país a fines del siglo XIX. Se parte de cifras reales calculadas a partir de 1935 y que expresan la pérdida de la competitividad argentina basada en productos primarios y en políticas neoliberales, especialmente a partir de 1975. Sin mencionar la caída en sus índices de desarrollo humano, que expresan las cifras elaboradas en este sentido por las Naciones Unidas. En 2017 con estadísticas actualizadas de 2018, Australia estaba 3era en el ranking respectivo, Canadá 12, y Argentina 47, luego de Croacia, Hungría y Chile, el primer país latinoamericano.[8]
El sueño de la vieja oligarquía fue pensar que la Argentina eran los Estados Unidos del Sur, mito, incluso, más importante que de “granero del mundo”, de mayor vaguedad y tan poca significación como si Chile dijera que es la reserva cuprífera del mundo.
El país tuvo a lo largo de su historia económica, al menos hasta años recientes, tres etapas bien definidas en sus rasgos principales definidos por historiadores y economistas desde la constitución del Estado Nacional en 1880: la agroexportadora, aunque en el plano económico sus inicios son anteriores a esa fecha; la de industrialización por sustitución de importaciones, y la rentístico-financiera. Estas dos últimas no perdieron el predominio de la agro-exportación en su sector externo. Este proceso refleja sin duda una realidad más compleja, que cuestiona la tesis de la decadencia, tal como es expuesta, y las virtudes que se atribuyen a la primera de esas etapas. Esa tesos a su vez se opone a los que alguna vez afirmaron, empezando por Adam Smith, que la industria es el principal motor del desarrollo económico
La exaltación del modelo agroexportador empalma, sin duda, con ideas triunfalistas que ya se expresaban en el primer Centenario. Carlos Pellegrini señalaba en la introducción de un libro escrito cuando se celebraba aquel acontecimiento: “La Argentina ocupa ahora una posición tan significativa como la que tenía Estados Unidos a comienzos del siglo XIX y, de continuar esta evolución, antes del fin del siglo XX el país tendrá, sin duda, una importancia igual a la de Estados Unidos en los tiempos presentes”. Propósito que no se verificó, aunque para algunos de sus distinguidos contemporáneos era aparentemente modesto. Según cuenta el mismo Pellegrini, en una conversación que tuvo con el presidente Theodore Roosevelt, a quién le comentó esa aspiración, el país necesitaba “menos tiempos que eso” para lograr hacer posible lo mismo: sólo cincuenta años, porque “se beneficiarían de nuestra propia experiencia y del progreso humano del siglo XIX” (Martínez y Lewandosky, 1911, p. xiii).
El futuro que se predecía lucía, sin embargo, aleatorio. La búsqueda de mayores rentabilidades, los préstamos sin control, la responsabilidad que le cupo a la Baring Brothers en la crisis de 1890, que casi la lleva a la quiebra, son elementos que tienen que ver no solo con las necesidades de los deudores sino con la codicia de los acreedores[9]. Ya se habían experimentado en el siglo XIX y principios del siglo XX, las crisis de 1873, 1880, 1885 y 1913. En el siglo XX, las posteriores crisis de 1980 y 2001, y las hiperinflaciones de 1989 y 1990 reprodujeron este esquema doloroso para la economía nacional.
En principio, debe reconocerse que, al contrario de lo que pensaban algunos señeros estadistas, la Argentina no terminó siendo otros Estados Unidos del Sur. Un economista norteamericano citado en un conocido matutino porteño, dice que se pareció más bien a los estados del sur derrotados en la guerra civil norteamericana y a su esquema de plantaciones y hacendados, que aquí se tradujo en latifundios y estancieros. [10]. Muy alejados éstos últimos, ni aun aguzando el oído, del ruidoso concierto de la segunda revolución industrial que se produjo en Estados Unidos, creando allí una raza de ambiciosos empresarios alimentados por las innovaciones tecnológicas de los Edison y compañía. Por algo el presidente Avellaneda decía que el espíritu de los estancieros argentinos no era industrial sino mercantil[11]. Hoy las principales exportaciones argentinas son pellets de soja, no los bienes de capital y productos altamente manufacturados de la potencia del norte
Por otro lado, el mismo libro al que nos referimos, editado en inglés para venderse en el exterior como una guía para inversores, reconocía que los éxitos del modelo estaban ligados menos al trabajo del hombre que al de la naturaleza que habia sido pródiga con este afortunado país, y citaba al senador Uriburu que en un discurso en el Congreso sostenía que la providencia siempre venía en rescate para reparar las faltas del Estado. La naturaleza oportunamente brindaba con sus lluvias el agua que necesitaban los campos argentinos para aumentar sus maravillosos cultivos. Es la providencia- continuaba- que ha dado el “más grande ministro de Hacienda que hemos conocido, que nos ha dado un suelo fértil y un cielo claro; el supremo ministro que mira al fin y al cabo nuestras necesidades, quien salva todas nuestras dificultades, y quien a despecho de nuestros errores continúa asegurando la grandeza de la República. Dejemos al hombre apropiarse de su trabajo. Pero demos al César lo que es del César” (Martínez y Lewandosky, 1911, p. 66). Se refería, por supuesto, a la Pampa Húmeda, pero resumía el pensamiento de toda una élite. Con la pródiga naturaleza, los recursos esenciales que ya estaban -sobre todo en manos de un grupo afortunado de individuos- y el capital y la mano de obra que vendrían del exterior, la naturaleza florecería con “el brillo de las libras y del oro”. Aquí esta el principal argumento de los que promueven hoy una economía primarizada y extractivista como un destino fatal del país.
No obstante, los autores advertían que los tiempos podían cambiar, venir las malas cosechas y la sola providencia no bastaba, era necesario fomentar la inmigración y darle a esta un sentido de nacionalidad porque aparecía a los ojos de un extranjero bajo dos aspectos bien diferenciados. Por un lado, el político caracterizado por la inestabilidad y la falta de organización y, por otro, el económico, en el cual la intensa vida nacional y el progreso se habían manifestado. Por esa razón la intervenciòn de un poder fuerte se hacía necesario para restringir los gérmenes del peligro traído por distintas razas y a fin de evitar que Argentina caíga otra vez en la anarquía y revolución de otros tiempos. El libro no se refería casi al reparto de tierras entre esos inmigrantes ni a su pronta ciudadanía. Y aunque dedica varios capítulos a sus futuras posibilidades industriales, que vendrían sobre todo del exterior, el destino de esos recursos quedó anclado en aquellas generosas pampas lejos del ejemplo de los Estados Unidos, en el que se inspiraba (Sociedad Rural Argentina, 1928).
El conflicto agropecuario sobre las retenciones puso al desnudo que para algunos factores de poder y de riqueza el país soñado no estaría basado en la perspectiva de un futuro distinto sino en la recreación de un pasado mítico: la Argentina agroexportadora, el llamado “granero del mundo”. Dos aspectos se unen a esa pretensión; uno de ellos tiene que ver con la defensa de intereses corporativos actuales. Pero más importante es el otro: hacer creer a los argentinos que en algún momento de su historia existió efectivamente un modelo de nación que integraba el círculo de las más privilegiadas para luego desintegrarse en aras del populismo y de una industrialización forzada. Aunque sepamos y podamos demostrar lo que realmente está hoy en juego en el conflicto aludido, la bandera del mito se despliega como un argumento que debe ser debidamente replicado y que todavía divide aguas en el pensamiento económico del país.
En un libro colectivo publicado en 1992 por destacados académicos británicos la interpretación es más matizada. El título del libro mismo es significativo, The Land that England Lost (La tierra que Inglaterra perdió), y dice textualmente: “Argentina era lugar de atracción de las inversiones privadas y la influencia británica era tal que fue considerada una especie de colonia informal del imperio británico” ((Hennessy y King, 1992), p. 9). En verdad, las elites dirigentes conservadoras en el poder tuvieron tempranamente un vínculo especial con Gran Bretaña que se consolidó en las últimas décadas del siglo XIX y primeras del XX. Esas relaciones se asentaban tanto en la economía como en la política y la cultura, hasta el punto que esas elites estaban convencidas de formar parte del imperio.
La Argentina era un país políticamente independiente pero semicolonial en lo económico y como tal explotado como las demás colonias. El príncipe de Gales, futuro rey de Inglaterra, habría afirmado en una visita al país en 1925 que estaba preparado para el día en que el imperio británico pierda a la India, pero que de la Argentina no se iban desprender por su propia voluntad.[12] La misión encabezada por Lord D’Abernon en 1929 no se limitó a las palabras ocasionales y en febrero de 1930 publicó un informe sobre sus resultados dando cuenta del peligro que representaba la competencia norteamericana y reafirmando que “desde el punto de vista económico, la Gran Bretaña y la Argentina, se complementan mutuamente”.[13]
Los intereses británicos estaban vinculados a una gran variedad de actividades económicas, como el transporte ferroviario y naviero, los puertos, las exportaciones industriales, el sistema financiero, y los empréstitos. A su vez, el refinamiento del ganado y la industria frigorífica serían la base de su vinculación con los estancieros, transformándose Gran Bretaña en el principal mercado de las carnes argentinas a la vez que en el principal proveedor de manufacturas y bienes de capital. La Argentina mantuvo así por casi un siglo relaciones privilegiadas con el Reino Unido que llegó a tener el 60% del total de las inversiones extranjeras en el país y un tercio del comercio exterior, además de una considerable influencia política. En tanto Australia y Canadá, las ex colonias británicas se alejaron mucho más temprano de Gran Bretaña y se ligaron a Estados Unidos, un tema tabú para las clases dirigentes argentinas antiamericanas.
Un autor describe, con mucho colorido, esa vinculación en el caso de los ferrocarriles un sector en donde lo ingleses contaban –salvo pocas excepciones– con un absoluto predominio. “Durante un largo período –dice– hasta los jefes de estación eran ingleses, los cuales dominaban escasamente el idioma castellano y tampoco mostraban interés en mejorarlo. La red ferroviaria se caracterizaba por no ser precisamente una red, sino que, a modo de los rayos de una rueda, comunicaba a los pueblos del interior con los puertos, pero no a los pueblos entre sí. Para llegar o mandar mercadería a un lugar que tal vez estaba solo a 50 kilómetros de distancia, pero que pertenecía a otro ramal, había que viajar cientos de kilómetros hacia el puerto para luego volver por otra línea férrea otros tantos cientos de kilómetros”.[14] Esta visión hace recordar –seguramente la toma también de él– la idea de “país abanico” de Alejandro Bunge, con epicentro en Retiro y Puerto Madero.
Otro de los contribuyentes del libro británico mencionado, el economista Roger Gravil en un capítulo llamado “The denigration of Peronism” señala: 1) El temprano desarrollo de la Argentina fue inflado artificialmente. 2) El gobierno de la Concordancia conservadora (1930-1943) merece una peor reputación que el gobierno que lo sucedió [Perón] en lo que respecta al bienestar de los argentinos. 3) Las posibilidades económicas y políticas de la Argentina fueron frustradas por las grandes potencias en los años de posguerra (plan Marshall, inconvertibilidad de la libra), 4) La industrialización de Argentina fue tardía en gran medida por culpa de Gran Bretaña a quien sólo le interesaba comprar alimentos y vender sus productos manufacturados (Hennessy y King, 1992, pp. 93-106).
No por ello Gravil deja de criticar políticas económicas del peronismo que considera erradas, pero no por los mismos motivos que el artículo de The Economist, sino porque se equivocó en algunas estrategias de industrialización. Como vemos, los académicos ingleses, o al menos algunos de ellos, no comparten plenamente las críticas de la influyente revista de su país.
La lista de movimientos populares en la Argentina del siglo XX no concuerda con la falsa retórica del populismo, salvo en una cosa: todos ellos se manifiestan de formas muy diferentes, pero también los gobiernos posteriores desearon borrarlos del escenario político. Perón e Yrigoyen cayeron por golpes militares, el kirchenismo tuvo fuertes ataques medíáticos, otros gobiernos que no son considerados populistas pero tampoco ligados fuertemente al establishment como Illia o Alfonsín, cayeron por golpes militares o de mercado.
Perón tuvo el aporte de amplias mayorías legislativas, que reflejaban sus triunfos electorales, lo que no fue exactamente el caso de las dos adminstraciones radicales de Yrigoyen.
En el año 1916, en el que este último asumió el gobierno, sus partidarios eran minoría en diputados y senadores, mientras que, en el resto de su primer mandato, 1918-1922, el líder radical consiguió una mayoría en la Cámara baja, pero nunca la tuvo en el Senado. En el período de su vuelta al poder, entre 1928 y 1930, le ocurrió lo mismo, salvo que, a sus opositores de siempre, en especial los conservadores, se les sumaron los radicales antipersonalistas, que venían del mismo tronco político, pero se transformaron en sus enemigos más acérrimos. Además, tendría en forma casi permanente la gran prensa en contra, tanto la “seria” –La Nación o La Prensa– como la “popular” –el famoso diario Crítica de Botana– en este caso sobre todo en el último período. Se dice que el pasado no explica el presente, sólo lo ilumina, pero es mejor leerlo a la luz de alguna vela que en plena oscuridad.
Decía con elocuencia el hoy poco recordado líder radical Moisés Lebensohn, prematuramente fallecido, fundador y verdadero ideólogo en los años 1940 de la rebelde intransigencia, que tuvo en su seno a figuras luego más conocidas como Frondizi y Balbín: “... el jaqueo a las reformas de Yrigoyen fue implacable. Constituyó la expresión despiadada de una clase que se aferra al statu quo y permanece insensible ante los padecimientos del pueblo y de la nacionalidad. El daño inferido al desarrollo nacional surge de la sola enunciación de los proyectos orgánicos de Yrigoyen, frustrados por la oposición legislativa” (Lebensohn, 1954).
Y esa enumeración era larga, iba desde los contratos colectivos de trabajo hasta el salario mínimo, Código de Trabajo, jubilaciones y pensiones de empleados del comercio, la industria y el periodismo; cooperativas agrícolas; régimen de explotación del petróleo; creación de una marina mercante nacional; plan de vinculación ferroviaria entre las provincias de norte y del oeste y muchas otras. “Desde el Senado y la Cámara de Diputados, desde la prensa y la judicatura, desde las posiciones llave del mundo económico y de la ‘inteligencia’, la oligarquía le combate (a Yrigoyen) acerbamente... Nueve décimas partes del periodismo lo ataca con saña, le zahiere, le tuerce sus palabras y retuerce sus propósitos.” (Lebensohn, 1954). Expresiones que cobran relevancia en el anfiteatro actual de la política argentina.
Pero desde el punto de vista económico resulta interesante el rechazo a cuatro de sus proyectos de ley principales: la creación de un Banco de la República; la de un Banco Agrícola; la reforma del régimen tributario, en especial la implementación del impuesto a los réditos; y la imposición de derechos a la exportación. Parece que estuviéramos hablando de temas coyunturales, pero no es el caso. El sistema impositivo era deficiente y dependía en forma exclusiva de los avatares del comercio exterior. Yrigoyen sostenía que el nuevo impuesto a los réditos resultaba el más equitativo (“la fórmula fiscal de la democracia” argüían en el debate parlamentario los diputados radicales) y se aplicaba ya en muchos países. Frente a la difícil situación financiera y el creciente déficit fiscal, su objetivo era obtener nuevos recursos evitando cualquier reducción de gastos basada en la eliminación de empleados públicos o en la disminución de las prestaciones sociales públicas, o sea, las que hoy denominamos políticas de ajuste.[15]
El proyecto aplicaba una cuota fija progresiva sobre las personas físicas y jurídicas. La escala progresiva variaba del 0,5 por ciento para las rentas más bajas al 7 por ciento para las mayores. Las sociedades anónimas y demás comerciales y civiles tenían una tarifa especial según sus utilidades, que podría llegar hasta el 20 por ciento en aquellas que superaran el 50 por ciento de beneficios. Recién en 1931 Prebisch redactó un proyecto con el mismo propósito que el Congreso, con mayoría conservadora, antes opuesta al que presentaron los radicales, aprobó sin cuestionamientos en 1932 (Etchepareborda, 1983; Prebisch, 1991, pp. 27-41).
También Yrigoyen presentó al Parlamento, y fue rechazado, un proyecto de creación de un Banco Agrícola cuyo objetivo era llevar “a los trabajadores del campo la posibilidad de movilizar y aprovechar sus capitales sin disminuir sus propias energías”. Estaba dirigido especialmente a los agricultores de menores recursos que no disponían de líneas de crédito accesibles. Igual suerte tuvo otro proyecto que aplicaba derechos a la exportación mediante una suma fija del 5 por ciento sobre el valor de los frutos o productos del país y del 2 por ciento sobre mercaderías de origen extranjero, sustituyendo el tan engorroso y poco productivo sistema de aforos.[16]
Frente a tanta oposición, que le impedía gobernar, Yrigoyen presentó en el Congreso, en 1921, un proyecto de ley que sometía a la Corte Suprema la posibilidad de dirimir esta cuestión basado en los términos de la misma Constitución, que permitía al Poder Ejecutivo dictar las normas necesarias para ejercitar los poderes concedidos al gobierno de la Nación. Ese proyecto fue igualmente rechazado por la mayoría del Senado. Como señala una autora refiriéndose al impuesto a la renta: “la oposición, durante aquellos años, estuvo sistemáticamente en contra de otorgar a su adversario político mayores recursos financieros que pudieran dar autonomía a sus propuestas" (Montequin, 1995).
En el mundo académico Roberto Cortés Conde y Carlos Díaz Alejandro son los principales sostenedores de la tesis que considera la etapa agroexportadora de la economía abierta finisecular desde las últimas décadas del siglo XIX hasta las primeras del siglo XX, como la cumbre del desarrollo económico argentino que se vino luego abajo con la industrialización, la intervención excesiva del Estado y una progresiva distribución de ingresos, origen del irrefrenable proceso inflacionario que comenzó con el peronismo. Especialmente el primero, en su libro La economía argentina en el largo plazo[17].
La tesis principal de Cortés Conde es que el modelo de la agro-exportación en su época de oro estaba basado en una industria intensiva en el uso de recursos naturales mientras que la industrialización posterior no fue competitiva a nivel internacional y dependió de las importaciones. Por un lado, no hace un análisis de los escenarios externos que explican el auge de esa economía primaria de principios del siglo XX, de su vinculación dependiente del mercado británico y de quién era su principal beneficiario: la oligarquía terrateniente. Por otro, menosprecia el mercado interno y las dificultades del proceso de industrialización saboteado dentro del país e internacionalmente, aunque su implementación tuviera errores.[18]
En un artículo publicado en La Nación, titulado "Casi un siglo de caída económica", llega a decir que “entre 1870 y 1914 la Argentina creció un 3% per cápita -mucho más que la generalidad de los países del mundo- mientras que entre la Segunda Guerra Mundial y el año 2000, creció el 1,3%, bastante menos que el resto del mundo que tuvo un alza del 2,1%” (Cortés Conde, 14 de mayo de 2010).
En un principio estos datos son revisables porque ese 3,1% de la primera mitad está sujeto a dudas, salvo para las propias cifras elaboradas por Cortés Conde, no suficientemente explicadas. Aquella época dorada de fines del siglo XIX, que él alaba, se caracterizó por fuertes procesos inflacionarios que no pudieron frenar los intentos de adherir al patrón oro o al menos a un patrón bimetálico como intentó Roca. El irrefrenable aumento de los precios tenía su origen en la emisión descontrolada de dos bancos que manejaba la oligarquía, el Nacional y el Provincia, y luego se agregó, con un papel moneda inconvertible la creación de los Bancos garantidos, que sin capitales propios emitieron sobre su endeudamiento externo. Era el desborde monetario que anunciaba la crisis de 1890, puro efecto del modelo agroexportador en beneficio de unos pocos[19].
Esta crisis y las anteriores fueron producto de la deuda externa y de los permanentes déficits fiscales, como lo demuestran las cifras del Anuario Geográfico Argentino de 1942 y de reconocidos historiadores como Williams y Ford. A ello se sumaban las llamadas cédulas hipotecarias, que beneficiaban directamente a los estancieros. Las mencionadas cédulas, una creación argentina como el dulce de leche, anticiparon un mecanismo parecido a las subprime que produjeron la crisis mundial de 2008. En este caso los estancieros tomaban préstamos (hipotecas) en pesos para ampliar sus estancias que devolvían en cómodas cuotas también en pesos, pero podían venderse convertidos en títulos en libras en el exterior. De modo que si la cédula se obtenía en 100.000 pesos y a un interés del 8%, podía venderse a $75.000 en Londres, lo que representaba 11.000 libras, que menos el 10% por la diferencia de cambio dejaban $67.500, pero como la moneda local se devaluaba, si los estancieros esperaban un tiempo para vender las cédulas obtenían una cantidad mucho mayor en pesos, mientras que sus obligaciones para solventar sus hipotecas establecidas en esa moneda continuaban iguales. También se beneficiaban si el precio en oro de las cédulas aumentaba (Ferns, 1974, pp. 420-4421).
La crisis de 1890, en la que tuvo que ver también la quiebra de la Casa Baring, agente británica del gobierno argentino, producto de una gestión deficiente y corrupta, no se resolvió en 1895 cuando según Maddison éramos el país más rico del mundo, aunque sí comenzó un período favorable para las exportaciones agrícolas, mientras seguían pagándose los servicios de la deuda según el arreglo hecho con los acreedores por el ministro Juan José Romero, con una solución algo parecida a la de Kirchner, es decir pagando lo que se podía en sumas fijas y llevando amortizaciones e intereses para más adelante. La Caja de Conversión, creada nuevamente por Pellegrini en 1890, recién tuvo su primera entrada de oro en 1903, pero los nuevos endeudamientos generaron otra crisis en 1913.
Cortés Conde afirma, que después de los cambios que se produjeron debido a la Primera Guerra Mundial, la Argentina, que se había adaptado al mundo del libre comercio, se encontró con nuevos y enormes desequilibrios. El público advirtió que las fluctuaciones de ingresos no se debían ya a las acciones del mercado sino a medidas de gobierno que afectaron los tipos de cambio. Este fue el comienzo del fin de la etapa de expansión que se derrumbó con la crisis mundial de los años 1930.
A partir de la crisis, con gobiernos liberales de derecha que retomaron el poder político cedido a los radicales en 1916, se pusieron en práctica medidas intervencionistas. Se creó en 1935 el Banco Central y se produjeron reformas fiscales. pero fue, sobre todo, según Cortés Conde, en los años 1940, con la llegada del peronismo cuando el Estado recurrió a la apropiación de ahorros y al monopolio de la emisión de dinero, con la nacionalización de los depósitos en 1946, y la puesta bajo la dependencia del Poder Ejecutivo del BCRA, que se inició un largo proceso inflacionario. Para Cortés Conde:
Las políticas forzadas de industrialización y redistribución de ingresos del peronismo produjeron también una fuerte crisis entre 1949 y 1952. Esas políticas extrajeron recursos del sector exportador y produjeron su estancamiento, lo que afectó la capacidad de importar, el nivel de producción y el empleo […]. Los objetivos de proteger la industria y, a la vez, asegurar el pleno empleo fueron contradictorios. El pleno empleo significaba mantener cualquier tipo de industria, aun de baja productividad […] lo que produjo cambios en los precios relativos de bienes y factores, y conflictos distributivos que afectaron la inversión e incentivaron la fuga de capitales.
(estas últimas, no lo señala, no podían provenir sino del sector agropecuario).
La “salida populista” -según Cortés Conde- consistió en mantener el poder de compra del salario bajando los precios de los alimentos y de los servicios de transporte y energía“con sus consecuencias sobre el estancamiento de exportaciones y el déficit, lo que concluyó en inflación y reiteradas crisis”.[20]
Sin embargo, en 1953, la situación ya se había enderezado, el crecimiento promedio del peronismo en la década en que gobernó fue de un 4% y las tasas de inflación descendieron a un dígito en 1953 y 1954 (entre las menores de la historia argentina), algo que no menciona, sin que esto afecte el proceso industrial ni la mejora en la distribución de los ingresos. Cortés Conde valora luego la década de 1964-1974, con un crecimiento del 5% anual y sin crisis de stop and go, pasando de largo el fracaso de la vuelta al liberalismo de 1962-63.
¿En qué momento se produjo entonces la decadencia? No fue por el proceso de industrialización en sí mismo. Este se frenó como un resultado de las políticas neoliberales de la dictadura militar que iniciaron el pasaje de una etapa positiva de la economía, con escaso endeudamiento externo y una inflación mayor a la de los países desarrollados, pero todavía razonable, a una experiencia inédita hasta entonces de recesión e inflación incontrolable que llevó a una hiperinflación y a un Estado que vivió de crisis en crisis, algo que Cortés Conde reconoce. Pero, por qué afirmar entonces que el inicio de esa decadencia fue debido a la industrialización y al abandono del modelo agroexportador y no a las políticas neoliberales iniciadas en los años 1970.
Para Cortés Conde, el período que hay que imitar es el de 1870-1914, que incluye las cuatro crisis de 1873 a 1913 -excluye una crisis más, la de las lanas, en 1866-, y especialmente la de 1890, con indiscutibles procesos inflacionarios, endeudamiento externo, déficits fiscales y otras maravillas por el estilo. En suma, lo que propone ahora, en pleno siglo XXI, es volver al pasado, como en los discursos de Macri en la Sociedad Rural. Fomentar de nuevo las exportaciones agropecuarias para retornar al crecimiento de lo que considera la “etapa de auge”, “tan eterna como el agua y el aire”, diría Borges.
Por eso en su libro La economía argentina de largo plazo, señala que la industria intensiva en el uso de recursos naturales que tenían en mayor abundancia fue superior a la de la de industrialización por sustitución de importaciones. Esta última resultó un fracaso por no disponer -como otros países- de recursos minerales -el país carecía de hierro y carbón, por ejemplo y, además, se encontraba a enorme distancia de los mercados abastecedores de materias primas-, agregando fletes muy altos para la importación de maquinarias y productos (Cortés Conde, 1994, p. 223). Como si todos los países que se industrializaron tuvieran esas condiciones, cada vez menos necesarias por los progresos del transporte, la tecnología, la ciencia y las comunicaciones. [21]
Desde el punto de vista de la dotación de factores, el otro aspecto que introduce es el relativo al trabajo. En un país escaso de población, la expansión agropecuaria atraía a una numerosa masa migratoria que percibía salarios más altos que en sus países de origen. Estos aspectos influyeron para que la industria argentina no fuera realmente competitiva. Los sectores industriales resultaron favorecidos por medidas de gobierno que establecieron barreras monopólicas para entrar al mercado interno. Todo ello encareció el costo de producción de esas industrias, demasiado alto en términos internacionales (Cortés Conde, 1994, p. 225). En otras palabras, tendríamos que bajar los salarios y los beneficios laborales al nivel de los países africanos, latinoamericanos o asiáticos más pobres.
Pero, como vimos, Canadá y Australia, quienes comenzaron su inserción en la economía mundial como espacios vacíos al mismo tiempo que Argentina y eran también agroexportadores, ahora nos superan ampliamente en sus niveles de desarrollo.
Al realizar un análisis comparativo más exhaustivo con esas naciones, una de las principales diferencias que se presentan se asocia a la estructura de tenencia de la tierra. Algo que no menciona Cortés Conde.
En Australia la posesión de los terrenos quedaba en manos de la Corona, y cuando se otorgaban adjudicaciones, se lo hacía exigiendo mejoras en la utilización de los mismos e imponiendo impuestos sobre sus rentas. Esta experiencia le sirvió de base a Raúl Prebisch, cuando joven aun viajó becado a Australia para estudiar ese impuesto que en 1932 implementó, desde la secretaría de Hacienda en Argentina. En Australia, “se implementaron tempranamente medidas que mejoraron el bienestar de las poblaciones de menores recursos”.
Se creó un mercado interno importante y se industrializó el país”. En cambio, según afirman en un artículo comparativo los historiadores australianos James Levy y Peter Ross, en Argentina los excedentes agrarios “fueron capturados por el sector privado […] los fondos para inversión en capital social simplemente no existieron” (Levy y Ross, 2008).[22]
En Canadá predominaba la explotación de medianas extensiones personificada en la figura de los farmers, quienes en vastos territorios habían obtenido mayoritariamente sus tierras en forma gratuita y a quienes el ser propietarios facilitaba el acceso al crédito, haciendo posible la adquisición de maquinarias y la mejora de los campos.
Esas naciones aún conservan sus organismos agrícolas reguladores creados en la década de 1930, que nuestro país desmanteló con las políticas de los años 1990 y que ahora muchos reclaman.
Tampoco hubo aquí políticas de Estado que estimulasen el desarrollo de industrias propias, que Canadá y Australia tuvieron paralelamente a su expansión agroexportadora.
Según el gran historiador Carl Solberg, hacia 1930 Canadá ya se estaba convirtiendo en un importante país industrial. Afirmaba que
cuando comienza la Primera Guerra Mundial, la mayoría de los bienes de consumo se fabricaban en Canadá. En el período de 1896-1900, las importaciones canadienses en libras esterlinas de material ferroviario británico era sólo el 15% de la que correspondía en aquella época al mismo tipo de equipamiento que importaba la Argentina. (Solberg, 1987)
Por otra parte, entre 1910-1914, Canadá ya desplazaba a la Argentina como principal exportadora de granos.
Cuadro 2
Producción y exportaciones netas de trigo, incluso harina,
en miles de toneladas por principales productores y exportadores,
1905-1924.
Fuente: elaboración propia sobre cifras del Anuario de la Sociedad Rural Argentina, Nº 1, 1928
El mal de la Argentina es la inflación -dice el autor referido-, siguiendo las tesis de los economistas neoliberales, y ésta, según sus palabras, fue introducida por la industrialización promovida por las políticas económicas del primer peronismo. El 31 de octubre de 2019 publicó “El círculo vicioso de las recurrentes crisis económicas” en La Nación, que continúa, en realidad, el ya mencionado de 2010.
En éste señalaba que la decadencia argentina estuvo marcada por la Primera Guerra Mundial y por la crisis de los años 1930, fenómenos que cerraron la economía produciendo una caída de las exportaciones y de los ingresos de los gobiernos y, sobre todo, un aislamiento del mercado internacional de capitales. Lo que fue, para él, el resultado de factores externos -en verdad internos al modelo agroexportador ya desfalleciente, basado fundamentalmente en sus exportaciones agropecuarias-, como las crisis y los conflictos mundiales, que no pudieron evitarse.
Luego predominaron otros de orden exclusivamente interno como consecuencia de las políticas proteccionistas e industrialistas adoptadas a partir de la llegada del peronismo al poder que fueron la causa inicial de un proceso inflacionario -tras medio siglo de estabilidad previo a la Segunda Guerra Mundial- que continúa hasta el presente. “No se trata -dice en su artículo más reciente- de que el argentino tenga una perversa adhesión al dólar, sino de que la inflación reiterada durante 70 años le hizo perder al peso todo su valor”. Algo que también escuchamos del presidente Macri.
Según su punto de vista el problema principal es que se conformó una economía cerrada con sectores industriales de escaso capital, tecnologías obsoletas, baja productividad, importaciones de insumos y combustibles, y salarios más elevados. Para ello se usó el Banco Central que financió los déficits estatales y realizó transferencias de divisas del sector agropecuario al sector industrial. Se inició así la llamada restricción externa y las reiteradas crisis de la balanza de pagos que comenzaron en 1949 y siguieron en años posteriores. Ese sería el origen de los problemas económicos argentinos, aunque a la inflación le siguió algo nuevo: los default desde los años 1980.
Y aquí comete el error de dar continuidad hacia adelante a los ciclos económicos inflacionarios y obviar aquellos que vienen de muy atrás. En el período agroexportador de fines del siglo XIX, que el autor exalta, hubo también fuertes inflaciones, crisis de balance de pagos y en algún caso default de la deuda externa, como en 1873, 1885, 1890 y 1913. Esas crisis tuvieron por causa principal, como plantean autores reconocidos (Williams, Ford, Prebisch), el endeudamiento externo. Salvo Cortés Conde (1989) que las atribuye a fenómenos de expectativas monetarias.
Los excesos de emisión de gobiernos como el de Juárez Celman, que decía que el Estado era un mal administrador y había que entregar el manejo de la economía a las empresas privadas, se basaba en ese endeudamiento. El déficit fiscal causado por la gigantesca deuda sólo logró conjurarse a principios del siglo XX.
Sin embargo, el endeudamiento continuó y al final de ese período, incluso con saldos positivos en la balanza comercial entre 1900 y 1912 -cuando se afirmó el patrón oro- los servicios de la deuda consumieron anualmente más de un 30 por ciento de las divisas obtenidas por las exportaciones, provocando otra crisis en 1913, al caer aquellas marcando ya los limites del modelo. Por otra parte, volver al patrón oro fue, en verdad, una forma de devaluar el peso sin decirlo, dado que la revaluación en pesos de las exportaciones por su expansión no convenía a los exportadores. En cambio, estabilizar su valor permitía aumentar el precio del oro y consolidar la fortuna de ese sector.
Nadie niega que la Argentina tuvo una aceptable tasa de crecimiento económico en aquella época, aunque es más discutible la idea de que llegara a ser uno de los países más ricos de entonces y cabría preguntarse si su crecimiento se debió a una dirigencia clarividente. Más bien, fue el resultado de diversos factores.
En primer término, de una renta agraria diferencial de carácter internacional gracias a las riquezas naturales de la pampa húmeda, que se tradujo en masivas exportaciones agropecuarias de las cuales se obtuvieron las divisas necesarias para importar los bienes manufacturados y los capitales que faltaban. El financiamiento se dio en el marco de una coyuntura internacional que favoreció el endeudamiento externo; mercados mundiales que requerían nuestros productos agrarios (en ambos casos, en especial Gran Bretaña) y la presencia de mano de obra barata como consecuencia, sobre todo, de la inmigración de poblaciones de países en crisis en Europa. Gracias a estos factores se pudieron obtener las divisas que impulsaron, atravesando períodos muy turbulentos, como la crisis de 1890, ese crecimiento, e hicieron posible, en especial, el enriquecimiento de una elite: la llamada oligarquía terrateniente.
En los años 1960 el mismo Cortés Conde, que entonces pensaba distinto, decía:
La elevada tasa de crecimiento que se dio en esos años pudo haberse mantenido si el excedente generado por el aumento de las rentas agrícolas se hubiera reinvertido: en la misma agricultura para asegurar una mayor productividad o en el sector industrial, para contar con una estructura más diversificada que se adecuara a las nuevas condiciones del comercio mundial.
Pero esto no se hizo. En cambio, esos excedentes se despilfarraron:
Testimonios de la época -continúa- hablan suficientemente del repentino lujo de la hasta hace no mucho austera sociedad rioplatense. Construcciones ostentosas y un género de vida que acercó a la "gran aldea" a las más ricas y refinadas capitales de Europa […]. Este hecho creó la imagen de que se habían alcanzado niveles de los países más progresistas e industrializados del mundo […]. Sin embargo, faltó algo […] Cuando las circunstancias cambiaron y el impulso externo faltó, nos encontramos que se había edificado un castillo en el aire. (Cortés Conde, 1969, pp. 240-241)[23]
Parece una propia autocrítica avant la lettre.
Esa oligarquía no cedió un gramo de sus beneficios a la sociedad, lo que generó en los años 1940 la legislación social del peronismo, plenamente justificada. Ninguna ley social importante se había dictado hasta entonces. Pero el gasto público con esos fines para el neoliberalismo criollo no es necesario. Lo mismo ocurre con las políticas para impulsar el proceso de industrialización, cuando en el mundo fueron éstas las que llevaron al desarrollo económico de los países que hoy conforman el círculo de los exitosos.
En su artículo de 2010 Cortés Conde afirma que con el peronismo los objetivos de proteger la industria y asegurar el pleno empleo fueron contradictorios. Agregando que la salida populista consistió en mantener el poder de compra del salario bajando los precios de los alimentos y de los servicios de transporte y energía “con sus consecuencias sobre el estancamiento de exportaciones y el déficit, lo que concluyó en inflación y reiteradas crisis”. Una tesis controvertida, porque la experiencia de los últimos años muestra lo contrario: el aumento de tarifas del macrismo fue una de las causas principales de la inflación actual.
El peronismo pudo haber dado pasos errados en la industrialización del país, pero se encontró con formidables obstáculos externos e internos para ese proceso. Por el lado de las importaciones, el obstáculo fue la inconvertibilidad de la libra, porque hasta ese entonces, Gran Bretaña era el principal socio comercial. Esto afectó las compras en Estados Unidos, el proveedor casi exclusivo de la época. Por el lado de las exportaciones el mayor problema fue el Plan Marshall que cerró los mercados europeos a la Argentina. Es cierto que en 1949 se produjo un quiebre en la sustitución de importaciones y por eso la crisis. Pero no fue originada como en las crisis posteriores o anteriores por el endeudamiento externo sino por la insuficiencia de equipamientos y maquinarias -que ya venía de los años 1930 y de la Segunda Guerra Mundial- y por dos sequías consecutivas.
Lo más remarcable es que se salió de ella con los más bajos índices inflacionarios de la historia reciente (salvo el abismo deflacionario del uno a uno), el 4 por ciento en 1953 y el 3,8 por ciento en 1954, con un crecimiento del 5,4 y 4,4 por ciento, respectivamente. Es decir que la economía no andaba tan mal. La crisis no afectó mayormente la política de ingresos de los trabajadores. La participación de los asalariados en el ingreso nacional alcanzó en todo el período los mayores niveles de la historia económica argentina.
Cortés Conde señala que la inspiración de su libro parte de las ideas del economista cubano Carlos Díaz Alejandro. Para este último, las exportaciones y las entradas de capital anteriores a 1930 originaron una asignación de recursos mucho más eficiente de las que podrían haber resultado de políticas autárquicas. Diferente fue el caso de Canadá y Estados Unidos, donde no hubo tal oposición entre el crecimiento del sector primario orientado a las exportaciones y la industria. La industria canadiense, a diferencia de la argentina, se basó en la explotación de materia prima doméstica, no sólo para el mercado interno sino también para la exportación (Díaz Alejandro, 1975).[24]
En 2002, Cortés Conde estaba públicamente de acuerdo con las tesis que sostuvo en esa época el economista alemán Rudiger Dornbusch junto a un economista chileno Ricardo Caballero. Dornbusch y Caballero sostenían que para salir de la crisis la Argentina debía abandonar su soberanía financiera y económica por unos años. Esos economistas afirmaban “que no se renunciaba a la identidad y el orgullo nacional al aceptar que unos cuantos extranjeros conduzcan su política económica”. Por eso inventaron la variante de la “credibilidad importada”:
si Argentina quería tener acceso al crédito internacional y a una política monetaria sólida hay que traer un banquero central internacional reconocido para que conduzca la economía con un juego de normas estrictas. (Dornbusch y Caballero, marzo de 2002).
Con estas ideas no es extraña esta larga historia que padecemos por una moneda que no emitimos y constituye un elemento de presunto ahorro o fuga de capitales. No por casualidad ese artículo tuvo vasta repercusión entre economistas locales de cuño liberal.
Cortés Conde apoyó esa tesis en el Congreso Mundial de Historia Económica del cual era presidente, realizado en el hotel Hilton de Buenos Aires en su alocución inaugural. Dijo que la Argentina no tenía capacidad para dirigir su propia economía -lo que resultó cierto en cuanto los neoliberales locales tomaron esa tarea en sus manos-, y debía dejarla al cuidado de asesores, bancos y organismos económicos internacionales, como nuestro conocido y funesto FMI. Por eso a los pocos días dos asistentes argentinos al Congreso escribimos un pequeño editorial en un conocido periódico, que criticaba sus dichos[25]. Luego Cortés Conde quiso aclararlos en un diálogo con el economista Roberto Bouzas en un diario porteño y añadió:
Yo fui un poco malinterpretado. Lo que sostengo […] es que, en alguna medida, para llegar a una solución de esta crisis fiscal y financiera, deberá cederse soberanía. (Quién piensa en una Argentina off shore, Clarín, 28-7-2002),
Con los trabajos de Díaz Alejandro, Cortés Conde, Maddison y Dornbusch, Macri tuvo el guion de su discurso de los setenta años de decadencia y pudo justificar la entrega de la economía argentina al FMI. Aunque diga que el origen de todos los males estuvo en la industrialización y el peronismo -y luego, el kirchnerismo- tiene que tragarse el sapo de incluir los años de las políticas neoliberales de la dictadura militar, el menemismo y el delarruismo, y sus crisis, en síntesis, del establishment oligárquico-neoliberalargentino, que concuerda con la opinión del establishment de los Estados Unidos. Por ejemplo, The New York Times decía en un artículo de febrero 2014, que
la Argentina pasó de ser un país más próspero que Suecia y Francia hace un siglo al contexto de hoy. Brasil está en proceso de ser la Argentina, la Argentina de transformarse en Venezuela, y Venezuela en Zimbabwe. Es duro para Brasil y Venezuela, pero para la Argentina, en cambio, es un caso perverso en sí mismo […] los inmigrantes europeos creían que el país tenía la potencia de Estados Unidos. (hoy el ingreso per cápita es un tercio o menos que el de sus vecinos del norte. Juan Domingo Perón y su mujer Eva (Evita) darían forma a un ethos de poder singular. Es un caso único de un país que completó la transición al subdesarrollo […] en términos psicológicos la Argentina es el niño entre las naciones que nunca crecieron. (The New York Times, citado en La Nación, 27-2- 2014).
No obstante, serían la industrialización y el populismo –según afirma la revista británica The Economist (14/2/2014)- los responsables de la inflación y del declive del país. Una tesis con la cual el neoliberalismo criollo coincide. Pero cuando se observan las cifras concretas, en el período que va de 1945 a 1975, esa inflación fue entre un 20 y un 30 por ciento anual, salvo años en que se aplicaron planes de estabilización del FMI. Una inflación promedio alta para los países desarrollados pero muy baja con respecto a la Argentina que vendría después, lo que Cortés Conde reconoce. También acepta que entre 1964 y 1974 la tasa de crecimiento fue del 5 por ciento anual, mientras continuaba la industrialización sin crisis. Sin embargo, del mismo modo que olvida mencionar los procesos inflacionarios del período agroexportador para él existe una especie de continuidad hacia delante entre la inflación que se habría iniciado en los años 1940, y la generada por las políticas neoliberales impuestas por la dictadura militar de 1976 que siguieron gobiernos posteriores.
Aquí pone bajo un mismo techo dos etapas económicas completamente diferentes y se oculta el inicio de la verdadera decadencia del país con la implementación de las políticas neoliberales. A partir de 1976 se revierte el proceso de industrialización, tratando de volver al pasado agroexportador de endeudamiento externo y apertura total de la economía. La inflación pasó (ya en 1975 con el Rodrigazo) a ser de tres dígitos, hubo formidables crisis en la balanza de pagos, hiperinflación, cuasi dolarización de la economía con el uno a uno y la convertibilidad (un remedo trágico del patrón oro), y políticas de ajuste con altas tasas de desocupación y pobreza. En este caso, el endeudamiento externo tuvo de nuevo un rol decisivo, y llevó directamente a la crisis de 2001. Luego, desde 2015 la vuelta del neoliberalismo creó la fantasía de llegar a ser un hipermercado del mundo, acentuando la desindustrialización y conduciendo a la crisis actual.
Lo que Argentina no tuvo es una clase dirigente identificada con el desarrollo industrial, ni con políticas sociales desde mediados de los años 1970. Las recurrentes crisis inflacionarias que sufrió el país fueron por esa puja de los intereses agroexportadores y del capital internacional con aquellos que pretendieron cambiar las reglas del juego predominantes en la economía argentina desde el siglo XIX, culminando con la aceptación del Consenso de Washington y los consejos del Fondo Monetario Internacional, corresponsable de las últimas crisis argentinas.
A partir de las cifras de la CEPAL, del Ministerio de Economía y de la OCDE, de los trabajos de Jorge Schvarzer sobre la industrialización, y posteriores de Mario Rapoport, los siguientes cuadros comparan variables fundamentales de los modelos de desarrollo en la historia argentina.
Los períodos más virtuosos son los de la industrialización. Que superan ampliamente los de modelos rentísticos-financieros e incluso los del período agroexportador de principios del siglo XX, con cifras por demás dudosas y que aquí suponemos ciertas.
[1] “Argentina sí fue el país más rico del mundo”, 10/04/2018. Un interesante artículo de Daniel Scheteingasrt "¿Es cierto que Argentina se jodió en el 45?", Cenital, 1/7/2009, critica profundamente el Proyecto Maddison Data Base de la Universidad de Groeningen. Nosotros ya lo habíamos hecho hace años en Rapoport y colaboradores (2007, pp.95-99), pero este trabajo amplía nuestras tesis con oportunos ejemplos. También criticamos a otro economista académicamente respetable como Colin Clark, que comenzó con estas comparaciones en su libro The Conditions of Economic Progress, que en forma más confusa tenía tesis parecidas a las de Maddison.
[2] El Anuario de la Sociedad Rural Argentina de 1928 dirigido por Prebisch tiene importantes estadísticas comparadas de la performance argentina en varios productos, pero también confiesa las dificultades en la confección de esas y otras estadísticas.
[3] Ver Producto e Ingreso de la República Argentina en el período 1935-54, Secretaría de Asuntos Económicos, Poder Ejecutivo Nacional, Buenos Aires, 1955. Publicado en el segundo mandato de Perón y en el que colaboraron economistas de la CEPAL. También CEPAL, El desarrollo económico argentino. Santiago de Chile, 1958.
[4]Ver Angus Maddison, La Economía Mundial, 1820-1992, París, OCDE, 1995, pp. 271-272 y 281.
[5] Ver en Top Income Data Base, un sitio creado por Pikettty en la web, un estudio sobre la Argentina dirigido por Alvaredo (2012).
[6] Para Australia ver Stancanelli (2011); para Canadá, Rapoport (1994).
[7] Pablo Mira, “Australia, Canada y El desarrollo Argentino”, El economista, 20/9/16. Como bien señala este periodista en su breve artículo, la Argentina pudo haber sido granero del mundo y tener un alto ingreso per cápita con una distribución de ingresos ampliamente regresiva (recordemos el informe Bialet Massé). Cuando la población creció y hubo que alimentarla se transformó en un simple almacén de “tamaño mediano”.
[8] Naciones Unidas, Índices e indicadores del Desarrollo Humano, 1990-2017, actualizados a 2018.
[9] Siempre se dijo que el fracaso de la Baring Brothers en colocar títulos argentinos en Europa fue una de las causas de la crisis. Pero esos títulos, en realidad, eran propios y pertenecían a la compañía de aguas corrientes de la que eran concesionarios y que manejaron de forma ineficiente y corrupta sin pagar al gobierno nacional la renovación de la concesión. Ver Ferns (1992).
[10] Matthew O’Brien, Universidad de Nevada, citado en Clarín, 19-1-2017.
[11] Citado en Tarruela (2012).
[12] Ver los pormenores de esa visita en Mass (2017).
[13] Lord D’Abernon, Informe sobre las relaciones comerciales anglo-argentinas, 1929.
[14] Es la opinión de Félix J. Weil (2010).
[15] Ver R. Etchepareborda (1983).
[16] Creación del Banco Agrícola. Enviado el 11 de diciembre de1916 (D. de Ses., Cám. de Diputados).
[17] Cortés Conde, 1994 y Díaz Alejandro, 1975.Este último, de origen cubano, es más cauto en sus apreciaciones y pueden recogerse también de su libro opiniones diferentes.
[18] Ver nuestra interpretación totalmente diferente en Rapoport (2014).
[19] Gerchunoff, Rocchi y Rossi (2008) titulan “Paz e inflación" su capítulo sobre el primer gobierno de Roca, aunque podrían agregar también deuda externa, como lo hacen Williams y Prebisch.
[20] Cortés Conde (1997). Sus principales libros son El Progreso Argentino (1890-1914), Buenos Aires, 1979; y Dinero, deuda y crisis. Evolución monetaria argentina fiscal (1880-1890), Buenos Aires, 1989.
[21] Como lo señala The Atlas of Economic Complexity de la Universidad de Harvard (Bustos et al, 2017), hoy avanzan las tecnologías emergentes de la cuarta revolución industrial: impresión 3D, robótica avanzada, Internet, inteligencia artificial. Las impresoras 3D, utilizada en muchas industrias optimizan, aceleran y descentralizan la etapa de diseño y desarrollo de productos abaratando los costos y tiempos de producción.
[22] Ver también Stancanelli (2011).
[23] Ese mismo artículo refuta cada una de sus tesis posteriores.
[24] Ver sobre todo el prólogo.
[25] Mario Rapoport y Guillermo Vitelli, “Los que quieren hacer del país una colonia", publicado en Clarín, que por ese entonces tenía ideas diferentes a las actuales, el 1 de agosto de 2002.