De Alto, Bruno, Tozuda industria nacional. Estudio técnico y social sobre cuatro casos entre 1776 y 1910, Buenos Aires, Ciccus-Lenguaje claro Editora, 2017 (224 págs.)
El autor de este libro tiene ya un antecedente destacado con su interesante estudio sobre la experiencia de la División Electrónica de fate de la década de 1960 (Autonomía tecnológica: la audacia de la división electrónica de fate). En este nuevo trabajo, De Alto hace algo que no es tan habitual en la historiografía sobre industria y empresas: bucear en el pasado lejano; se trata de cuatro experiencias de emprendimientos manufactureros e industriales que nos remontan a la etapa colonial, los albores de la Independencia y la segunda mitad del siglo xix en el marco de la estrategia agroexportadora.
Específicamente, se analizan en los dos primeros capítulos la producción de carretas del Tucumán colonial y la fabricación de armas de diverso tipo durante el período de las guerras por la Independencia. Ambas iniciativas fueron de carácter artesanal y difícilmente pueden considerarse antecedentes de la industria moderna local. No obstante, fueron esfuerzos meritorios y el autor les hace justicia al rescatarlos históricamente, en la medida que lograron cumplir con los objetivos que se habían propuesto. Las carretas tucumanas, por un lado, permitieron el comercio a larga distancia en el inmenso espacio colonial, conectando física y económicamente el Alto Perú con lo que hoy es el norte argentino y la zona litoral. Por otro, más allá de las armas tomadas al enemigo, sin el material bélico generado localmente los ejércitos de la Independencia no hubieran logrado imponerse a las fuerzas militares españolas. El autor considera la última actividad como el embrión de una futura industria militar que, a causa de la visión liberal y agroexportadora de los líderes más influyentes de la etapa independentista, terminó abortándose. Sin embargo, más allá de la consideración del autor, lo que se desprende del minucioso análisis de ambos casos es que la legitimidad de estos emprendimientos productivos debería juzgarse desde el positivo rol histórico que tuvieron más que en su potencial para despertar tempranamente una nación industrial.
Los otros capítulos se enfocan, ya en el tardío siglo xix, en los casos de Melville Bagley y la Hesperidina y Vicente Casares y la empresa láctea La Martona. Aquí sí podemos hablar de rotundos éxitos económicos que constituyeron empresas y marcas representativas de la industria nacional en el siglo xx. Con acierto, De Alto destaca la capacidad de iniciativa de ambos emprendedores así como el impacto en el consumo y las costumbres de los productos de sus respectivas firmas.
Aunque inicialmente el propio Bagley la consideró como un tónico medicinal, la Hesperidina amplió la restringida oferta de bebidas alcohólicas del mercado argentino de la segunda mitad del siglo xix y se volvió al poco tiempo una de las bebidas más populares del país. Por otro lado, Melville Bagley fue un innovador tanto en la forma de proteger su marca -Hesperidina fue la primera patente nacional-, como en la manera de hacer publicidad.
El emprendimiento de La Martona, por su parte, fue posiblemente el más relevante desde el punto de vista histórico. Más allá de la importancia que alcanzó la firma de la familia Casares, se destaca su carácter pionero en el sector de la industria láctea. Proveer leche pura e higiénica a la población de Buenos Aires resultó un desafío técnico, logístico, ganadero y financiero que Casares pudo resolver con paciencia, trabajo, viajes de estudio y una disposición al riesgo económico poco habitual. El autor destaca acertadamente la importancia que tuvieron los productos de La Martona en la modernización del consumo de la sociedad porteña y en la salud de su población infantil. Posiblemente este aspecto sea más relevante desde el punto de vista histórico que el propio éxito económico de la firma.
La investigación de Alto tiene varios méritos. De su lectura se desprende que, si bien algunos emprendimientos por lógica fueron más exitosos que otros desde lo económico, los cuatro pueden legitimarse en su dimensión extra-económica. Ya sea porque posibilitaron la conexión física y comercial de un territorio vasto y despoblado, cambiaron pautas de consumo o aportaron a la causa independentista (aspectos poco enfatizados en la mayoría de las investigaciones que abogan por la Argentina industrial). Otro activo del libro es la solidez técnica con que analiza los cuatro casos, pasando por artefactos y procesos muy diferentes: desde la construcción de carretas y los procesos y sustancias químicas involucrados en la fabricación del bitter Hesperidina, hasta la producción de armas y el procesamiento de productos lácteos. Además, el abordaje teórico, basado en una perspectiva sociotécnica, permite la convergencia de factores históricos, técnicos, sociales y políticos. Las posibilidades de reconstruir estos casos se vinculan a la consulta de fuentes primarias y secundarias que seguramente requirieron un importante esfuerzo de búsqueda y hallazgo.
La arista más polémica de la investigación es la interpretación de largo plazo sobre la evolución de la economía y la industria nacional que rodea a los cuatro casos: la mentalidad agroexportadora y librecambista de la clase dirigente como obstáculo para la Argentina industrial. En el caso de La Martona, por ejemplo, su éxito, más allá del espíritu emprendedor que lo impulsó, se vincularía con el industrialismo de Vicente Casares y su sociedad con otro industrialista, Carlos Pellegrini. El autor se toma el esfuerzo de identificar y analizar al grupo industrialista que, si bien residía en el interior mismo de la élite económica y política de los inicios de la Argentina moderna, no habría logrado en el largo plazo imponer su hegemonía.
Sin embargo, se narra en el libro que Bagley recibió apoyo del gobierno de Nicolás Avellaneda para proteger su Hesperidina como marca registrada y que sus contactos con el poder político y económico eran fluidos. Lo mismo podría afirmarse de Vicente Casares, terrateniente y miembro pleno del poder económico y político de la época. Cabe preguntarse, entonces, si lo sucedido con estos empresarios fue la excepción o más bien la regla. El propio Jorge Schvarzer -citado como referencia bibliográfica en varios capítulos del libro-, al referirse a los “capitanes de la industria”, es decir, los grandes empresarios industriales de la etapa agroexportadora, sostiene que sus contactos políticos y financieros les permitieron surgir, desarrollarse y diversificarse sin inconvenientes, incluso en ocasiones con un régimen arancelario que los protegía de la competencia importadora.[1] Los casos de empresas como Cervecería Quilmes (1890), Compañía General de Fósforos (1889), Molinos Río de la Plata (1902) o el Grupo Tornquist (Ferrum y Tamet) son ilustrativos al respecto: todos sus fundadores fueron miembros de la élite y sus firmas se proyectaron hacia el siglo xx con situaciones cuasi monopólicas u oligopólicas. ¿Hicieron de la Argentina una nación industrial?
Más allá de estos ejemplos: ¿era tan abierta la economía argentina durante la etapa agroexportadora para considerarla hostil a cualquier emprendimiento industrial? La anarquía arancelaria durante el régimen agroexportador impide hasta ahora extraer una conclusión determinante. Sin embargo, hay cierto consenso de que estuvo a mitad de camino entre la autarquía económica de Estados Unidos y el paradigma de la apertura que representaba Gran Bretaña.[2] Las negociaciones políticas y la cercanía al poder, junto con el pragmatismo del grupo gobernante, parecían ser los factores que decidían el mayor grado de apertura o protección que podía tener un sector o incluso una empresa. Por otro lado: ¿pudieron los emprendimientos industriales de aquella época usufructuar la apertura comercial? Tanto el caso de Bagley como el de La Martona sugieren que ambas firmas y sus productos no hubieran sido factibles sin el conocimiento, los insumos, materiales, equipos y mano de obra que fluidamente llegaban a la Argentina desde Europa y Estados Unidos.
Polémica incluida, lo complejo -y necesario- que significa una visión histórica de largo plazo, en el balance general se puede decir que con Tozuda industria nacional, Bruno De Alto supera con creces el desafío de encarar cuatro experiencias de emprendimientos que por su lejanía en el tiempo y su dimensión técnica no son nada fáciles de reconstruir. Dentro de las dificultades que esto implica, el autor lo ha hecho con rigor, solidez y -todos agradecidos- amable pluma. Con este libro, la historiografía sobre empresas e industrias ha podido incorporar nuevos casos de estudio que aportarán al análisis y la discusión de los albores del pasado económico e industrial de Argentina.
Claudio Castro
Universidad de Buenos Aires
[1] Ver, por ejemplo, el capítulo 3 de Schvarzer, Jorge (1996), La industria que supimos conseguir. Una historia político-social de la industria argentina, Buenos Aires, Planeta.
[2] Ver, por ejemplo, Rocchi, Fernando (2000), “El péndulo de la riqueza: la economía argentina en el período 1880-1916”, en Mirta Lobato (dir.), en Nueva Historia Argentina - Tomo v: El Progreso, la modernización y sus límites (1880-1916), Buenos Aires, Sudamericana, pp. 64-67.